Inteligencia Colectiva Situada

Nosotros somos la primera generación que rechaza los valores de la generación de nuestros padres para recuperar aquellos que eran de nuestros abuelos.

Gian Luca Ranno (gnammo.com)

Sin ninguna duda, la mia es una generación marcada por las nuevas tecnologías, la generación de los ordenadores, de internet y de los smartphones; una generación muy particular, a no confundir con la más joven de los “nativos digitales”. Se trata de una generación puente, que ha nacido en un mundo analogico pero que rapidamente se ha adoptado y ha entendido el nuevo mundo digital y la Red.

Como bien dice Gian Luca, la nuestra es también la generación que está redescubriendo los equilibrios sociales y económicos propios de la generación de nuestros abuelos.

Está claro que vivimos un momento histórico muy especial. El mundo que heredamos es sensiblemente diferente de como nos lo habíamos imaginado.

Durante las últimas décadas, hemos asimilado toda una serie de mecanismos de globalización económica y cultural, gracias también a una buena dosis de entretenimiento mediático acompañado por un constante machaque informativo. Hemos visto como se ha normalizado un modelo de vida que además de insostenible esta fundamentalmente alejado de las realidades locales. Todas nuestras ambiciones profesionales además de cierto estilo de vida, se han vuelto definitivamente prioritarios frente a cualquier otro tipo de consideración que pudiese dar mayor importancia al contexto local y relacional.

Mientras el conocimiento se vuelve cada vez más accesible, se debilita la relación entre el proceso de producción y los lugares donde este ocurre. En otras palabras, los procesos de producción, sean ellos relacionados con el conocimiento, con los servicios o bienes materiales, se han estructurado siguiendo una lógica global en detrimento de cualquier otra condición o necesidad local.

En este proceso, el papel de la tecnología es fundamental. Por un lado favorece la comunicación y por ende el acceso al conocimiento global, pero por otro lado promueve una economía y una cultura global que pierde de vista la necesidad de una relación entre las actividades económicas y culturales con los territorios en los que se desarrollan.

Según Pierre Levy (1994), vivimos en un espacio antropológico que él define como el espacio de los flujos de las mercancías, donde las actividades fundamentales se pueden agrupar en tres grandes categorías: producción, transacción y comunicación. En este ecosistema la identidad de cada uno está directamente condicionada por el papel profesional que cubre en una de estas tres categorías. Por tanto, nuestra identidad social se define en gran medida en función de nuestro trabajo, que en la mayoría de los casos es un trabajo asalariado y por ende fuertemente dependiente de mecanismos económicos sobre los cuales la mayoría de las personas nunca son llamados a opinar.

Hemos desarraigado el desarrollo de nuestra identidad social de la realidad de nuestros territorios, al servicio de un mecanismo económico-productivo globalizado. En este ecosistema, las mismas universidades parecen haber perdido el norte, desplazando su eje de acción de la investigación a la certificación. La universidad se vuelve un anillo más en la serie de instituciones que en lugar de promover un mayor sentido crítico y así equilibrar nuestra condición biopolítica que pueda introducir elementos de fuga hacia una mayor independencia y libertad, acaba por promover un terrible mecanismo de homologación con el simple objetivo de preparar mano de obra especializada para las maquinas de la producción.

En los últimos años este mecanismo se ha vuelto más perverso debido al incipiente proceso de precarización que afecta precisamente a la que he denominado la generación puente, que sin embargo no ha reaccionado, por como yo lo veo, con la necesaria determinación. Muchos, frente al decaimiento de todo un ecosistema económico-profesional, han preferido apostar por experiencias de formación pensando que de esta manera aumentarían sus posibilidades de conseguir, en un futuro más o menos cercano, un trabajo relacionado con el propio ámbito profesional.

Estas reflexiones no quieren ser, de ninguna forma, un acto de acusación a mi generación; más bien es un primer razonamiento para empezar a abrir una reflexión más seria sobre nuestra capacidad real de analizar el mundo en el que estamos viviendo y para poder saber cómo reaccionar.

Tengo la sensación de que hemos sido víctimas de una enorme homologación cultural que por fortuna no parece avanzar y que, justamente ahora, nos obliga a tomar cierto tipo de decisiones que se presentan mucho más valientes de cuánto hubiéramos imaginado.

La mayor parte de las personas que configuran mi entorno social, y que son de mi generación, han sido o siguen siendo muy activas en diferentes procesos de transformación social. Curiosamente ninguno de nosotros, ni siquiera en sus aspiraciones más radicales de transformación de la sociedad, incluidas las más revolucionarias, se había puesto el problema de quedar desempleado o de tener, en todo caso, que hacer frente a la terrible situación de precarización que nos aflige. Parece que hemos dado por descontado que nuestra preparación profesional nos habría, de una forma u otra, ofrecido una posición desde la cual poder actuar para transformar y mejorar la sociedad; siempre pudiendo contar con una cierta tranquilidad económica (que en un cierto modo habría llegado gracias a un equilibrio económico procedente en realidad del mismo modelo industrial y consumista que muchos queríamos y seguimos queriendo cambiar).

La generación puente, se encuentra en una situación vital insólita, una situación que nos ha empujado a aceptar prácticamente de todo, proyectandonos en un mecanismo que nos ha llevado a vivir en la “ciudad global” de la que hablaba Saskia Sassen en los años noventa.

No importa donde estamos, lo importante es tener un trabajo que sea cuanto más posible relacionado con lo que hemos estudiado. Mañana se verá. Cambiamos de ciudad, país e incluso continente si hace falta. Nuestra red social sobrevive gracias a los social media; con twitter, facebook e instagram, estamos en contacto con las personas que configuran nuestro ecosistema social, mezclando personas y situaciones en un caótico mecanismo relacional.

Nuestro activismo en favor de una cambio, la transformación y la mejora de la sociedad continúa no obstante en la distancia. Estamos todos conectados. Intercambiamos ideas y nos organizamos para crear un gran movimiento cultural y de innovación social, cada vez más abierto y más colaborativo.

La comunicación se abre a nuevos modelos, que no sustituyen los de siempre, pero seguramente los amplían y los enriquecen. Con Internet ahora somos “prosumers”, es decir productores y consumidores al mismo tiempo; y consumimos informaciones producidas por amigos y conocidos. Lentamente el bombardeo mediático, con su sincronización, sus telediarios que siempre muestras las mismas personas y el mismo tipo de noticias, empiezan a dejar espacio a las frivolidades publicadas por nuestros amigos en facebook, así como a sus pensamientos políticos y a sus reflexiones sobre lo que ocurre a sus alrededores. Hablamos cada vez más de nosotros mismos, seguramente con cierta tendencia hedonista, pero al mismo tiempo esto también nos permite conocer a nuestros amigos e incluso a nosotros mismos.

El intercambio constante de informaciones, sin intermediarios, nos permite experimentar de primera mano los mecanismos de inteligencia colectiva de los que hablaba Pierre Levy en los años noventa. Las implicaciones sociales de estos mecanismos son enormes, puesto que promueven un cambio en la definición y la percepción de la identidad personal que se vuelve directamente ligada al conocimiento que cada persona tiene. Son las señales de la ruptura del muro de la desconfianza.

Las identidades se convierten entonces en identidades de conocimiento. Las consecuencias éticas de esta nueva institución de la subjetividad son inmensas: ¿quién es el otro? Es alguien que sabe. Y que sabe, además, cosas que yo no sé. El otro ya no es un ser horrible, amenazador: como yo, ignora mucho y domina ciertos conocimientos. (Pierre Levy 1994)

Según Levy, estamos promoviendo un nuevo espacio del conocimiento que se activa gracias a la experimentación de nuevas relaciones humanas basadas en la valorización de las personas en base a sus conocimientos y sus competencias, sin la necesidad de recurrir a una clasificación impuesta por la pertenencia a una determinada categoría social, profesional o económica y claramente sin la necesidad de ningún tipo de certificación académica o formativa. Totalmente en contratendencia a lo que sin embargo promueven hoy las universidades, solo por citar una de las instituciones más importantes de la sociedad moderna.

Gracias a estos mecanismos de inteligencia colectiva que ocurren a nivel global se empieza a desarrollar una nueva conciencia por las diferentes realidades locales. Empezamos a ver las primeras grietas. Aquí entra en juego otra vez la generación puente, volviendos la principal promotora de un nuevo cuidado por las cosas, los territorios y las personas que nos rodean.

Nos encontramos delante a una especie de vuelta a la realidad, una nueva condición de vida donde las actividades cotidianas vuelven a estar relacionadas con las dinámicas que caracterizan la identidad de los lugares que habitamos. Empezamos a redescubrir el territorio y las comunidades de las que formamos parte.

En este proceso, las nuevas tecnologías de comunicación han adquirido un papel determinante. Se trata de un fenómeno en completa contratendencia respecto a las dinámicas promovidas por el desarrollo tecnológico de las tres revoluciones industriales que nos han precedido, que, comos hemos visto, han promovido de forma progresiva un cierto distanciamiento de la sociedad de la dimensión física y por ende del territorio.

La llegada de las nuevas tecnologías digitales y telemáticas, nos han hecho pensar que continuaríamos por el mismo camino, ampliando de forma exponencial la importancia de la que podemos llamar la dimensión digital, en detrimento de la dimensión física. De hecho durante algunos años se ha hablado mucho de realidad virtual y de mundos digitales paralelos; un ejemplo es la enorme bola mediática que ha generado durante cierto tiempo la plataforma Second Life, que ofrecía un mundo digital donde desarrollar todo tipo de actividades.

Hoy, afortunadamente nos damos cuenta de que lo digital está en todas partes y forma parte de nuestra realidad. Ya hablamos de una realidad compuesta por la hibridación de lo físico con lo digital. Diversamente de como pensaban y siguen pensando en muchos, el uso de las nuevas tecnologías no está generando un nuevo muro entre las personas, sino todo lo contrario: esta construyendo nuevos puentes incluso entre generaciones y culturas diferentes.

Los Social Media, son promotores de una nueva comunicación horizontal que reduce la importancia de los intermediarios y promueve un nuevo espacio de diálogo y colaboración. Los efectos de un uso local de estas herramientas son sorprendentes.Cuando los procesos de inteligencia colectiva se desarrollan en un ámbito local, entonces nos encontramos frente a una verdadera renovación de la misma idea de ciudadanía, que experimenta mecanismos de auto-organización capaces de transformar de manera directa el territorio en el que se dan.

Asistimos, en otras palabras, a dinámicas de Inteligencia Colectiva Situada, donde los habitantes de un territorio en constante conexión, desarrollan mecanismos de transformación y gestión, que van más allá de las viejas estructuras basadas en la representatividad como son por ejemplo los sindicados o las asociaciones de barrio, consiguiendo ser más eficaces, más abiertas y más transparentes. De esta forma se abre el camino hacia ciudadanías emergentes que saben cuidar de su territorio empezando por las relaciones locales, por las personas y los intereses comunes y el bien común, y fuera de los partidismos de siempre.

Originalmente he publicado este post en el blog de la Ciudad Viva.

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