Sentient City. De la ciudad creativa a la ciudad del conocimiento
El debate alrededor de la Smart City me parece una buena oportunidad para reflexionar sobre la posibilidad de pasar del modelo que se ha llamado de las ciudades creativas a un modelo que podríamos llamar de las ciudades del conocimiento. En otras palabras, pasar de modelos basados en la creación de productos y servicios eficientes que nos obligan a un movimiento constante (y al consumo), a modelos basados en la gestión de la información y producción del conocimiento (auto-organización); un modelo menos dependiente del movimiento y que sea capaz de generar sinergias y serendipias entre personas, proyectos y servicios, para que cada esquina de la ciudad vuelva a ser un espacio de oportunidad.
Más que de Smart Cities prefiero hablar de Sentient Cities, es decir de Ciudades Sensibles que ofrecen a cada ciudadano la oportunidad de gestionar y transformar su entorno más próximo, encontrando en las relaciones entre vecinos, las sinergias necesarias para el desarrollo de procesos de auto-organización: dinámicas capaces de mejorar e incrementar las conexiones entre personas cercanas, habitantes de un mismo entorno, aprovechando los gestos, las acciones y los intereses más cotidianos.
Habiéndome criado en un pueblo, me pregunto a menudo por qué vivo en una gran ciudad como Madrid. Me pregunto qué es lo que me ofrece y qué es lo que busco. De momento de forma muy general creo que busco oportunidades. Quiero vivir en un entorno que pueda ofrecerme continuamente la oportunidad de evolucionar, de conocer personas interesantes y seguir aprendiendo.
Asocio la oportunidad con el aprendizaje.
Esta búsqueda de estímulos y ese sentimiento de oportunidad (social, económica, cultural, etc.) que desde siempre hemos asociado a la gran ciudad, hoy sin embargo los podemos encontrar en ciudades más pequeñas y periféricas, incluso en zonas rurales.
Esta transformación se debe al progresivo empoderamiento por parte de los ciudadanos en cuanto a su capacidad de comunicarse, que afecta de manera directa a la manera de vivir el espacio. Las oportunidades del espacio que habitamos, no dependen exclusivamente del contexto (urbano o rural), sino que dependen cada vez más de la capacidad de acceder a la información relacionada y de la relación que mi entorno social (amigos, familia, compañeros de trabajo), cada vez más distribuido en un territorio muy vasto, tiene con ese espacio en concreto.
La tecnología nos permite movernos a gran velocidad y con costes no muy elevados. Uno de las consecuencias de esta simplicidad de movimiento es la tendencia a quitar importancia al espacio continuo de la ciudad para concedersela únicamente a algunos de sus puntos.
Podríamos incluso llegar a decir que la ciudad ya no es otra cosa que una red de puntos, diferentes para cada persona, en los cuales concentramos la mayoría de nuestras actividades.
Este modelo obliga a las ciudades a dotarse de infraestructuras voluminosas que suponen una inversión económica cada vez mayor y un impacto en el territorio irreversible.
Cuanto más rápido nos movemos de un punto a otro menos interés prestamos en lo que está en el medio. La consecuencia es la reducción del espacio urbano a una serie de puntos de interés interconectados. En este contexto ya no hay sorpresas, ni serendipias puesto que estos puntos suelen tener un carácter muy especifico y ya bien conocido.
Para que la serendipia vuelva a ocurrir necesitamos vivir el espacio en su carácter continuo, más que en su dimensión fragmentada como hacemos ahora. Es decir buscar las “oportunidades” desde lo que tenemos más cerca y no solamente a través de lo que ya conocemos, moviendonos hacia puntos de la ciudad con características muy claras y especificas.
Pasemos de una vez de la esclavitud del movimiento y la velocidad, a un modelo que apueste por los ciudadanos y su potencial transformador.
Es absolutamente necesario que paremos de utilizar la tecnología solo para incrementar el consumo (Smart City). Utilicémosla para facilitar procesos de aprendizaje y de auto-organización (Sentient City).
Las tecnologías de la información empiezan a favorecer un estilo de vida que apunta hacia una dirección opuesta, es decir promueve un mayor interés por el espacio que nos rodea y en general por el espacio continuo de la ciudad.
No podemos seguir entendiendo la gestión urbana como una serie de acciones y programas destinados a guiar y direccionar flujos y procesos desde arriba, incluyendo además un constante intervencionismo de la administración pública en la creación de nuevas infraestructuras físicas y en la transformación de las que ya existen.
Creo que las “oportunidades” que ofrece una ciudad deberían depender de su capacidad de utilizar la información y el conocimiento que se produce dentro de su territorio para favorecer procesos de auto-organización y sobre todo, procesos espontáneos e informales capaces de generar aprendizaje. Sin embargo vivimos en ciudades absurdas, capaces de ofrecer “oportunidades” solo a condición de estar en constante movimiento: un modelo que hace consumir tiempo y recursos a los ciudadanos y espacios y energía a la ciudad.
Todo esto ocurre posiblemente por el simple hecho de que los ciudadanos en realidad no somos protagonistas de la identidad local de nuestro barrio o ciudad.
Entiendo que ese protagonismo se consigue de dos formas, participando activamente en la gestión local o siendo actor de procesos de aprendizaje de ámbito local, de manera que el entorno y sus habitantes puedan enriquecerse gracias a sus acciones.
El interés por el entorno (espacio continuo) transforma las personas de usuarios en ciudadanos.
Cada vecino es un mundo. Cada persona que pasa y trabaja en mi barrio puede ser una oportunidad. Lo único que necesitamos es conectar con ella, encontrar la manera de favorecer sinergias y serendipias.
La información aumenta el potencial del espacio, el movimiento sin embargo en muchos casos, se lo quita.
Nos encontramos frente a un posible cambio de paradigma. Nos podemos acercar a un modelo de “p2p urbansim” que pone en el centro de todo la actividad de los ciudadanos. Es decir que en lugar de seguir invirtiendo en grandes infraestructuras, podríamos pasar a invertir en plataformas y proyectos capaces de amplificar el potencial de cada ciudadano para que vuelva a ser protagonista de la gestión de su propio habitat desde lo más cotidiano.
Una Sentient City es una ciudad que favorece este tipo de procesos, una ciudad que potencia la comunicación y los intercambios entre ciudadanos con la vista puesta en los procesos de auto-organización para que la ciudad vuelva a tener como motor y alma, su propia ciudadanía.
Domenico Di Siena | @urbanohumano
(las imagenes son fotos del concierto 1620 Los Pilotos)
Este articulo se publicó originalmente en Paisaje Transversal.